"No codiciarás las cosas ajenas" (Éxodo 20,17) El décimo mandamiento nos inspira a que rechacemos la envidia, el egoísmo o cualquier tipo de codicia, y a que amemos y demos con generosidad. La generosidad a la que estamos llamados no es solamente el resultado de un desapego disciplinado de los bienes materiales. De hecho, la generosidad con nuestro tiempo, talento y tesoro, es una respuesta al amor de Cristo que hemos recibido, un amor que no se queda con nada ni nos quita nada. Cuando acogemos la pobreza de espíritu, somos más libres de contemplar toda nuestra vida como un don, que tiene el propósito de compartirse libre y amorosamente con los demás.
Lee y estudia: El Catecismo Católico de los Estados Unidos para Adultos Capítulo 34 (páginas 477-48).