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Después de su resurrección, Cristo dio a los apóstoles el poder de perdonar los pecados. Los envió, así como él mismo fue enviado, con la misión de reconciliar por la fuerza del Espíritu Santo.
Reflexiona
"Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia" (1 Juan 1,9).