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Las heridas que tenemos en nuestra vida por circunstancias o por nuestras elecciones, son causa de más pecado, o de un ciclo interminable de caer nuevamente en el mismo pecado. En la confesión, Jesús sana nuestras heridas para que nos convirtamos en los hombres y mujeres que estamos llamados a ser.
Reflexiona
"La ley, en verdad, intervino para que abundara el delito; pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia; así, lo mismo que el pecado reinó en la muerte, así también reinaría la gracia en virtud de la justicia para vida eterna por Jesucristo nuestro Señor" (Romanos 5,20-21).