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Nuestra Señora, desde el momento de su concepción, fue cubierta por el Espíritu Santo. Ella, como esposa del Espíritu Santo, nos demuestra cómo debe ser nuestra vida cuando decimos "Sí" a la voluntad de Dios y nos entregamos completamente a las acciones del Espíritu de Dios. La proclamación de María la llevó a la cruz, a la tumba vacía y en última instancia al cenáculo donde una vez más se encontró cubierta por el Espíritu Santo. Si tenemos el valor que María tuvo para decir "Sí" al Espíritu de Dios y rendirnos a su voluntad, nosotros también podríamos sentir el poder del Altísimo que nos cubre.