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Nuestras vidas producen cierto tipo de fruto por la forma en que vivimos y tratamos a la gente. La clase de frutos que producen nuestras vidas tienen consecuencias eternas para nosotros personalmente y un impacto profundo en aquellos que amamos. De hecho, nuestro fruto tiene impacto en todas nuestras relaciones, desde la más casual hasta la más íntima. Cuando vivimos animados por el Espíritu Santo, nuestras vidas producen frutos que no solamente hacen que nuestra propia vida sea más serena, paciente y amorosa, sino que también influye positivamente en aquellos a quienes encontramos cada día.